Si eres mujer, vives en el extranjero y sufres o crees que puedes estar sufriendo malos tratos, cuentas con el apoyo del Gobierno de España y su Protocolo de Actuación para la Atención de las Mujeres Españolas Víctimas de Violencia de Género en el Exterior. Las Secciones Consulares de las Embajadas y las Oficinas Consulares se comprometen a prestar protección y asistencia a las españolas víctimas de violencia de género; organizar y adelantar el coste de la repatriación de la mujer y sus hijos e hijas; y a expedir pasaportes o salvoconductos en caso de caducidad, pérdida o sustracción de la documentación personal.
Ana contactó conmigo tras retornar a España. En su última etapa en Holanda, había tenido varios episodios de ansiedad y tristeza que habían precipitado su retorno. Volver implicaba romper su relación de pareja y ella se sentía muy culpable. Tras unas pocas sesiones, Ana me contó un acontecimiento que me puso los pelos de punta. En uno de sus habituales enfados mientras vivían en Holanda, su pareja le obligó a escuchar relatos en los que ella era violada. Con el tiempo pudimos ver que los episodios de ansiedad y tristeza que había experimentado estaban relacionados con la naturaleza de su relación de pareja.
Hace diez años comencé a trabajar en un centro de acogida para mujeres supervivientes de violencia de género. Podría decirse que llegué allí de casualidad. Tenía formación en estrés postraumático, un conocimiento muy valorado en ese área. Cuando decidí formarme en estrés postraumático nunca pensé en trabajar en violencia de género. Como muchas personas, había quedado muy impresionada por el atentado del 11-M y me interesaba el trabajo que realizaban los psicólogos con las víctimas del terrorismo.
Cuando comencé a trabajar en violencia de género no sabía que iba a trabajar con las víctimas del peor y más frecuente tipo de terrorismo que existe. Sí, digo terrorismo, la violencia de género constituye una forma de terrorismo, en el que a través del miedo se van minando las capacidades de las mujeres, dejándolas sin recursos emocionales.
El centro en el que trabajaba pertenecía a la red de centros de la CAM. En los años que trabajé allí, más del 80 % de las mujeres que atendí eran inmigrantes. ¿Por qué? ¿Por qué había más mujeres inmigrantes que españolas? Alguien puede caer en el prejuicio de que sus parejas eran también inmigrantes y que las personas de otras culturas son más violentos que los españoles. Sin embargo, no era así. Muchas mujeres inmigrantes estaban en una relación de pareja con hombres españoles que las habían maltratado.
Creo que la mayor afluencia de mujeres inmigrantes en el centro tenía que ver fundamentalmente con el aislamiento social al que se exponen las personas migrantes.
Muchas mujeres no hablaban bien el idioma y tenían dificultades para realizar trámites que para un español son sencillos. Así que ellos se ofrecían para ayudar a estas mujeres que estaban lejos de su tierra e iban tejiendo una relación de pareja basada en la desigualdad, incrementando su miedo a hacer las cosas mal en una cultura diferente. Comenzaban “asesorando” a la mujer en las pequeñas decisiones de la vida cotidiana y acababan diciendo cosas como “ya voy yo al banco que tú no te enteras”, de manera que ellas iban poco a poco perdiendo el control sobre sus vidas.
Tampoco tenían una red social con la que compartir experiencias, por lo que iban perdiendo las referencias de lo que es normal y lo que no. Cuando pensaban que tal vez su pareja no las estaban tratando bien, ellos les hacían ver que no estaban en lo cierto, que lo que estaba pasando era por su culpa o que se estaban volviendo locas. En las escasas ocasiones en las que hablaban con sus familiares, no querían contarles su sufrimiento para no preocuparles.
Muchas mujeres españolas supervivientes del maltrato no llegaban al centro de acogida porque no tenían los recursos económicos, sociales y familiares adecuados para procurarse una vivienda segura. La principal estrategia que desarrolla un maltratador es aislar a su víctima y lo cierto es que es mucho más fácil aislar a una mujer extranjera que a una que vive en su país de origen.
Cuando el centro de acogida prescindió de las áreas psicológica y jurídica, pensé en cambiar de campo, necesitaba un respiro. Pensé que sería buena idea aprovechar todo el conocimiento que había adquirido sobre el trabajo con migrantes para ayudar a la población española en el extranjero.
Era evidente que si iba a trabajar con mujeres españolas que residían en otros países, que estaban lejos de su familia y amigos, de nuevo iba a trabajar con una población especialmente vulnerable a entrar en relaciones de violencia de género
¿Era evidente, verdad? Pues yo no lo pensé, porque en el fondo todos tenemos nuestros prejuicios y nuestros mecanismos de defensa.
Por supuesto, un porcentaje nada desdeñable de las mujeres españolas residentes en el extranjero a las que atiendo actualmente están o han estado en una relación de maltrato. En la mayoría de los casos no son plenamente conscientes de ello. Lo han pensado alguna vez, pero la idea de verse a sí mismas como mujeres maltratadas les aterroriza.
Alba vivía en Dinamarca con un hombre danés, al que había confiado la gestión de sus asuntos jurídicos y económicos. Con ellos vivían también las dos hijas que Alba tenía de su matrimonio anterior. Las niñas habían nacido y crecido en España y no tenían relación con su padre biológico. Alba fue consciente desde el primer momento de que las cosas no iban bien, pero se sentía muy sola, ser madre soltera en otro país se le hacía muy duro, no hablaba bien danés.
Su pesadilla comenzó cuando la situación con su pareja se hizo insostenible y decidió separarse. Él amenazó con quitarle a sus hijas. Llegó a denunciarla ante los servicios sociales, alegando que tenía problemas de salud mental que no le permitían hacerse cargo de las menores. Temía que le quitasen la custodia de las niñas, cuestión que él aprovechaba para intentar convencerla de que volviese; si volvía, retiraría la denuncia. Finalmente, Alba pudo salir de esa situación.
El caso de Alba no es una excepción. Beatriz me contactó desde Noruega diciéndome que tenía depresión. Estaba lejos de casa, trabajaba para mantenerse a ella misma y a su pareja y detestaba el clima noruego. Sin embargo, ninguna de estas razones constituían su principal fuente de sufrimiento. Su pareja arruinaba cualquier intento de ella por hacer amigos. La humillaba en público y en privado, en una ocasión llegó a empujarla y varias veces tiró al suelo la comida que ella había cocinado. Después solía pedirle disculpas y prometerle que no volvería a pasar y pasaban un tiempo bien, hasta que volvía a suceder.
Es importantísimo recordar que ninguna mujer, de ningún país, establece una relación (al menos, no voluntariamente) con un hombre que la maltrata desde el primer día. El maltrato se produce progresivamente y se alterna con momentos en los que el maltratador es sumamente complaciente con la víctima y promete que va a cambiar.
Una de las principales dificultades para abandonar una relación de violencia de género es que el maltratador acaba convirtiéndose en la principal fuente de dolor de la víctima, pero también en la principal fuente de alivio de ese dolor, debido a la ausencia de otras relaciones significativas. Después de días de humillaciones o mutismo, basta una palabra amable para devolver a la víctima la creencia de que al final todo saldrá bien, de que él cambiará. Es una espiral perversa similar a la que se produce en el síndrome de Estocolmo.
Lo que les sucedió a Beatriz y Alba lo explica muy bien una reflexión de Ana: “En algún punto dejé de ser yo, iba con pies de plomo en las palabras que escogía, llegué a desear que me pegase porque en ese caso lo habría tenido claro, sabría que es violencia de género y me habría podido separar, pero a veces llegas a creer que te lo estás inventando”
Ana, Beatriz y Alba se acostumbraron a ir por la vida de puntillas, intentando no despertar la fiera que en el fondo sabían que su pareja llevaba dentro, creyendo que si decían la palabra adecuada conseguirían evitar el sufrimiento al que su pareja las sometía. Ninguna de ellas sufrió episodios de una violencia física de gran intensidad, pero las tres tienen secuelas emocionales que tardarán en sanar. Sus historias representan un ejemplo de los casos de maltrato en mujeres españolas residentes en el extranjero que he atendido en los últimos años.
Hace tiempo que quería hablar de la relación entre migración y violencia de género en los medios de comunicación. Sin embargo, cuando lo he propuesto me he encontrado con un enorme desinterés o lo que es peor, una negación de la realidad: “No queremos estigmatizar a las mujeres migrantes, cualquier mujer puede sufrir violencia de género”. Esto último es cierto, no obstante las mujeres tienen una mayor probabilidad de sufrir violencia de género cuando se encuentran en otro país, lejos de su familia y amigos y en un entorno lingüístico y cultural que les es ajeno.
Quiero agradecer a Volvemos.org su compromiso con visibilizar una realidad que no estigmatiza a las mujeres migrantes, sino que pone de manifiesto una realidad social que muchos han querido ignorar. Cuanto más sepamos sobre la violencia machista, más cerca estaremos de erradicarla.
Celia Arroyo es psicóloga especializada en duelo migratorio, fundadora de Augesis y forma parte del equipo de acompañamiento emocional de Volvemos.