¿Por qué algunas personas viven con el temor constante de que alguien descubra que son un fraude, cuando sus logros demuestran que son perfectamente válidas? ¿Por qué una persona capaz de dar una conferencia frente a un auditorio repleto de gente se siente insegura a la hora de relacionarse con una persona a solas? ¿Hay alguna relación entre vivir en otro país y notar un incremento de esa sensación tan desagradable que es la vergüenza?
La vergüenza es un tema que me ha interesado siempre en mi práctica clínica, y este interés ha ido en aumento desde que trabajo con personas emigradas. Esta emoción ocupa cada vez más espacio en las conversaciones con mis pacientes. ¿Hay algo intrínseco a las situaciones que se viven en los procesos migratorios que activan, o mejor dicho, reactivan los sentimientos de vergüenza? Creo que sí y voy a tratar de explicarlo.
Hay muchos tipos y grados de vergüenzas, pero todas tienen algo en común: es una emoción que nos hace sentir inadecuados, deficitarios, incluso no merecedores de que nos sucedan cosas buenas o nos amen las personas adecuadas. La vergüenza guarda gran relación con conceptos que todos manejamos como la inseguridad y la baja autoestima. Detrás de estas etiquetas, a menudo hay vergüenza.
La gran paradoja de la vergüenza es que apenas se habla de ella, porque hablar de nuestras vergüenzas nos da cierta (o mucha) vergüenza.
Trabajo con personas cuyos logros resultan impensables para mí: viven y trabajan en otros países, escriben tesis doctorales en otros idiomas, dirigen equipos de trabajo en grandes multinacionales…, pero en muchas ocasiones viven con el miedo de que alguien descubra que no son tan capaces, valientes o inteligentes como se espera de ellos. Viven con el temor de que alguien descubra que en realidad son un fraude, porque aunque sus logros son reales, a menudo no se sienten merecedores de ellos.
Otros tienen mucha confianza en sus habilidades profesionales y, sin embargo, les aterroriza coquetear o incluso desnudarse y entregar su cuerpo a otro ser humano. Y es que la sexualidad, por su carácter de máxima intimidad y exposición, es uno de los ámbitos donde la vergüenza hace más de las suyas, arruinando nuestra capacidad de disfrutar y experimentar placer.
Todas las personas sentimos o hemos sentido vergüenza en algún momento. Es una emoción que puede afectar a algunas áreas de nuestras vidas o puede apoderarse de gran parte de nuestra identidad, generando un sentimiento de ser diferentes y deficitarios. La vergüenza es esa vocecita que nos dice “hay algo malo en ti”. Es distinta de la culpa y del miedo aunque a menudo las tres emociones coexisten.
¿Cuál es la diferencia entre la culpa y la vergüenza? Mientras que la vergüenza dice “hay algo malo en mí y no me merezco que me pasen cosas buenas”, la culpa dice “has hecho algo malo y te mereces que te pasen cosas malas”. A menudo culpa y vergüenza van de la mano, pero mientras que la primera se expía a través del castigo, la segunda permanece, va apoderándose de partes de nuestra identidad y resulta altamente paralizante.
La vergüenza se origina en momentos tempranos de nuestra infancia, a menudo en la relación con nuestros padres o con nuestros amigos del colegio. Puede ser la consecuencia de momentos en los que no nos sentíamos aprobados o validados por nuestros progenitores, y, cuando digo momentos, no me refiero a uno solo, ni a uno en el que vivimos una gran humillación, aunque esa es una posibilidad, pero no la más habitual. Me refiero a momentos que se repetían en el tiempo, mensajes sutiles de no ser lo suficientemente listo, bueno, guapo, etc. Otra de las grandes fuentes de vergüenza la encontramos en el bullying, en las humillaciones vividas en momentos fundamentales para el desarrollo de nuestra autoestima.
A modo de ejemplo contaré una pequeña viñeta: una paciente me consultó con tal nivel de estrés que había llegado a plantearse dejar su empleo, pues cada vez se sentía más bloqueada e incapaz de atender a sus responsabilidades. Trabajaba en un país extranjero, en el que tenía que reportar en un idioma que no era su lengua materna y coordinarse con compañeros que en muchas ocasiones tenían una capacitación profesional inferior a la suya pero que le corregían en el lenguaje y ortografía. Cuando empezamos a explorar las situaciones que le atormentaban afloraron sentimientos de vergüenza relacionados con las humillaciones vividas en su etapa de estudiante y con una necesidad, de la que no era plenamente consciente, de ser perfecta en su familia.
Como describe Vincent de Gaulejac en ‘Las fuentes de la vergüenza’, esta se va internalizando, “se va constituyendo por capas sucesivas hasta producir un nudo psíquico… Los caminos hasta remontar los orígenes de la vergüenza están sembrados de obstáculos, dudas y sufrimientos. Puesto que el sujeto no es el único que está implicado personalmente, debe comprender en qué medida asimila la vergüenza de quienes están cerca de él, de aquellos que necesita amar, de aquellos de los que espera amor”.
Ciertas situaciones tienden a reactivar esas experiencias tempranas de vergüenza, produciendo un gran sufrimiento y haciendo que esos mecanismos quiebren; una de esas situaciones es la migración. La vergüenza se forja y se reactiva en un contexto de comparación con los demás, de aquello que “los demás son capaces de hacer y yo no”, o que “los demás hacen mejor que yo”.
Una persona que emigra se ve obligada a desenvolverse en un idioma que no maneja tan bien como el resto, en un contexto de normas socioculturales donde puede equivocarse y ser objeto de burla, donde puede ser humillada o sentirse humillada, lo que para el psiquismo es lo mismo.
Una persona que emigra se va a enfrentar a situaciones en las que, si se compara con los nativos del país de acogida, se desenvuelve peor; situaciones en las que no siempre va a poder cumplir con las expectativas socioculturales y esto va a reactivar esas experiencias tempranas de vergüenza de las que hemos hablado, de ser defectuoso o insuficiente, de no estar a la altura. En palabras de algunos de mis pacientes: “Miedo a quedarme en bragas”, “Deseé desaparecer, que me tragase la tierra”, “Miedo a que se den cuenta de quién soy en realidad”.
La vergüenza activa mecanismos de defensa para poder convivir con ella a cambio de hacerlo en una vida más limitada. La migración a menudo hace tambalearse esos mecanismos de defensa. Esas situaciones, que en un primer momento resultan tan dolorosas, nos abren la posibilidad de trabajar dentro del marco de la psicoterapia. Permiten el diálogo entre el niño que se sintió humillado, insuficiente, indigno de ser amado, y el adulto cuyos logros merecen admiración.
Estas situaciones, cuando se producen dentro del marco de la psicoterapia, nos ofrecen la posibilidad de librarnos de nuestras vergüenzas o de aprender a convivir con ellas sin que amputen una parte de nuestra identidad, sin que nos limiten a la hora de disfrutar de una vida plena. En definitiva, nos ofrecen la capacidad de crecer.
Nota de la autora: Este artículo está dedicado a todos aquellos pacientes que comparten o han compartido conmigo sus experiencias de vergüenza, que me han alentado sin ellos saberlo a asomarme a las mías propias y de los que me siento profundamente orgullosa.
También quisiera agradecer a Mario Marrone y Graciela Giraldo y a todas las personas que participaron en el taller de ‘Vergüenza tóxica’, que tuvo lugar en Madrid, por su contribución intelectual y emocional a estas reflexiones. A todos ellos, ¡gracias!
Celia Arroyo es psicóloga especializada en duelo migratorio, fundadora de Augesis y forma parte del equipo de acompañamiento emocional de Volvemos.