Con la salida masiva de miles de españoles en busca de oportunidades laborales en el extranjero, estamos asistiendo a una de las mayores transformaciones sociales de nuestra historia reciente. Por fin se ha abierto el debate sobre las consecuencias socioeconómicas que la fuga de talentos puede tener en el medio y largo plazo. Sin embargo, poco se está hablando de las consecuencias psicológicas que produce este fenómeno en los que se marchan y en sus familias.
De un tiempo a esta parte se ha popularizado el concepto oriental de la crisis, ese que propone que la crisis es siempre una oportunidad para el cambio. Disciplinas como el coaching han propagado este mensaje como la pólvora y predican las bondades de salir de la ‘zona de confort’. Desde la psicología sabemos que efectivamente las crisis pueden conllevar una excelente oportunidad de cambio, pero ojo, toda crisis es una amenaza para el psiquismo, para la salud mental de una persona, y sólo si ésta tiene los recursos necesarios para reequilibrarse, entonces puede tornarse en oportunidad. Sea como fuere, la crisis y el cambio siempre traen consigo reestructuración y pérdidas. Sin embargo, sobre esta parte de la cuestión apenas se habla fuera de los circuitos de la psicología clínica.
Con la emigración pasa lo mismo, puede ser una experiencia extraordinaria pero a priori constituye una amenaza que va a poner a prueba los recursos psicológicos de los que la emprenden. Me parece importante utilizar el término emigración, que por cierto se usa muy poco para hablar de los españoles que se marchan a buscar trabajo al extranjero.
Los emigrantes van a tener que hacer frente a muchos obstáculos como la soledad, la frustración de no poder comunicarse fluidamente en otro idioma, el desconocimiento de las normas culturales del país receptor, la dificultad de encontrar un trabajo, etc. Todo ello va a poner en riesgo su identidad y su equilibrio emocional.
En mi trayectoria profesional, ayudar a personas que están inmersas en un proceso migratorio ha sido una constante y una de las experiencias más ricas que he vivido. A través de los relatos de mis pacientes, he tenido la oportunidad de viajar mentalmente a países tan diversos como Mongolia, Honduras, Mali, Marruecos, Brasil, Ecuador, Perú y Colombia, entre otros. Y es que cuando empecé a ejercer, España era un país receptor de inmigrantes.
Lo que entonces no imaginaba es que, 10 años después, iba a atender como psicoterapeuta, a través de Skype, a españoles que habían emigrado a países como Alemania o Reino Unido. Esta experiencia ha sido más sobrecogedora para mí, si cabe. Y es que la identificación paciente-terapeuta es mayor, pues como española nacida en los 80, bien podría haber sido yo la emigrante en Alemania. ¿Quién no ha pensado alguna vez en irse, especialmente después de ver en ‘Españoles por el mundo’ lo bien que se vive en el extranjero?
En mi experiencia, el emigrante suele buscar apoyo psicológico cuando lleva varios años residiendo en el país de acogida. Al principio toda su energía está puesta en sobrevivir, en aprender el idioma, en lo que ellos llaman “integrarse” y eso hace que se desconecten de muchas de las cosas que están pasando paralelamente en su psique. Sin embargo, pasados unos años, cuando han sobrevivido y deberían estar disfrutando de los logros alcanzados, muchos se encuentran con una inmensa sensación de cansancio y sentimientos que van desde la nostalgia a la tristeza, la confusión, la ansiedad o el desarrollo de síntomas psicosomáticos.
Otro fenómeno habitual es combatir el miedo inconsciente a la pérdida de la identidad, buscando las raíces en tradiciones que mantienen un vínculo con sus orígenes.
Recuerdo que, cuando trabajaba con inmigrantes del Magreb, su entorno laboral se echaba las manos a la cabeza cuando mujeres que siempre habían vestido de manera occidental comenzaban a utilizar chilaba y se cubrían la cabeza con un pañuelo. Llevaban varios años en España y ese cambio repentino en su manera de vestir las perjudicaba en su proceso de integración pero cumplía otra función más importante, la de no desintegrarse psicológicamente, no perder completamente su identidad y luchar contra el miedo inconsciente que todos los seres humanos experimentamos a traicionar nuestros orígenes.
A los emigrantes españoles les pasa lo mismo, tras años de esforzarse por mimetizarse con los alemanes o ingleses, comienzan a aferrarse a tradiciones que en España no les interesaban especialmente y que ahora cobran un valor muy importante para preservar su identidad.
Los emigrantes españoles que buscan apoyo psicológico quieren un terapeuta español, que hable su idioma, que pueda identificarse con ellos y con quien puedan tener una verdadera conexión emocional. Es por ello que la psicoterapia por Skype es ya una demanda frecuente en el campo de la psicología.
La psicoterapia abre un espacio para poder preguntarse: ¿Quién soy? ¿A dónde pertenezco? ¿Cuál es mi hogar? ¿Quiero regresar? ¿Voy a construir aquí un proyecto de vida? ¿Qué he conseguido en este tiempo? ¿Qué he perdido por el camino? Es el momento de tomar decisiones y elaborar las pérdidas.
Quienes pasan por este proceso descubren partes de sí mismos que no conocían. La experiencia migratoria les ha cambiado para siempre, ampliando su manera de ver y sentir el mundo. Si pensamos en la personalidad como en la paleta de colores de un pintor, nos encontramos con que ésta se expande, se llena de nuevos tonos y matices. Integrar la experiencia migratoria revierte en un mayor autoconocimiento, un incremento de las capacidades resilientes y un aumento de la autoestima.
Celia Arroyo es psicóloga especializada en duelo migratorio, fundadora de Augesis y forma parte del equipo que presta el servicio de apoyo emocional en Volvemos.